Julián Besteiro Fernández
Dentro
del ciclo “Biblioteca Política de Textos Básicos” hoy compartimos la
conferencia pronunciada por Julián Besteiro el 26 de marzo de 1933, en el
Teatro María Guerrero, de Madrid, para conmemorar el 50 aniversario de la
muerte de Carlos Marx, titulada “El marxismo y la actualidad política”.
Se
trata sin duda de uno de las intervenciones públicas más importante de
Besteiro, y de mayor actualidad.
El
catedrático Julián Besteiro Fernández (Madrid, 21 de septiembre de 1870-Carmona, 27 de septiembre de 1940) fue presidente de las Cortes durante la Segunda República, y también del Partido Socialista
Obrero Español y de la Unión
General de Trabajadores, y uno de los intelectuales
socialistas más importantes de la historia de nuestro país.
EL
FANTASMA DEL MARXISMO
Todo recordaréis que la primera
frase del Manifiesto comunista,
escrito por MARX y ENGELS, tiene aproximadamente esta estructura: “Por toda Europa flota el fantasma del
comunismo, y todas las fuerzas de la reacción, sin conocerlo, se disponen a
combatirlo” No tengo que decir que lo que entonces llamaban MARX y ENGELS
el comunismo no es lo que se llama comunismo actualmente, sino que el comunismo
al que se refiere el Manifiesto es
simplemente el Socialismo científico, y el Socialismo de actuación obrera, para
diferenciarlo del Socialismo utopista y de otras varias formas de Socialismo
que MARX y ENGELS consideraban que era no sólo utopistas, sino hasta
reaccionarias. Consideraban MARX y ENGELS, por consiguiente, que flotaba por
Europa un fantasma de comunismo que la gente no conocía, y el Manifiesto se proponía definirlo y darlo
a conocer. Pues bien, compañeros, yo creo que nosotros, sin tener las
pretensiones de redactar documentos del valor y de la trascendencia del de
MARX, podemos bien decir que hoy flota por Europa el fantasma y el espectro del
marxismo, y que todas las fuerzas de la reacción, y otras que se consideran
progresivas, se disponen a combatirlo sin saber lo que es; y es preciso que
nosotros nos encarguemos de explicarlo.
Se da la circunstancia, compañeros,
de que CARLOS MARX se pasó toda su vida discutiendo con políticos, con
filósofos, con literatos, con historiadores; y lo que para él era más penoso,
combatiendo con sus propios camaradas, discutiendo con ellos, pugnando por
librar la mente de los revolucionarios y la mente de la clase trabajadora de
prejuicios que eran un obstáculo para su actuación eficaz; y los últimos años de
su vida, MARX, un poco quebrantado por la lucha, pero siempre con su espíritu
ansioso de verdad, casi puede decirse que los dedicó no más que al estudio, y
su vida se extinguió.
Debió llevarse MARX del mundo una
impresión bien amarga acerca de las dificultades con que hay que tropezar para
que la verdad se abra camino. Pero se dio la circunstancia de que apenas muerto
MARX empezó a florecer su doctrina y a hacerse popular. Los hombres que la
propagaron por Europa fueron los que tuvieron la suerte de recoger sus
enseñanzas de sus propios labios. Fueron, por ejemplo, Axelrod y Plejánow, en
Rusia; Lafargue y Guesde, en Francia; Bernstein y Kautsky, en Alemania; Hydman,
en Inglaterra. Todos sabéis que precisamente fue Paul Lafargue, discípulo y
pariente de MARX, el que vino a España e inició en la doctrina socialista a los
hombres que crearon aquí el Partido: Vera, Pablo Iglesias. De todos esos
hombres que iniciaron la propagación del marxismo, y que fueron logrando que
las masas se lo apropiaran como su propia doctrina, como su propio ideario,
como su propio espíritu, no queda más que uno, que es Kautsky. Los demás han
desaparecido todos. Pero, a pesar de que el marxismo en boca de tan buenos
propagandistas hizo rápidos progresos, no hay que creer que el marxismo se
desarrollase sin tener que vencer grandes dificultades. Nacieron discrepancias
en la escuela, nacieron adversarios del ideario marxista. Y yo voy a hacer, no
una exposición de las desviaciones de la doctrina marxista –sería demasiado
ambicioso–; pero sí una breve indicación de los principales conatos que se han
hecho para revisar y transformar el marxismo. Ha habido como oleadas de
antimarxismo, como momentos en los que parecía que todas las fuerzas adversas
se conjuraban para combatir la doctrina. Al marxismo se le ha dado muchas veces
por muerto; y se ha dado la circunstancia de que precisamente en el momento que
se consideraba que iba a morir, ha cobrado nueva vida y ha resurgido la fuerza
extraordinaria, la dinamicidad que le es característica.
EL
REVISIONISMO EN ESPAÑA
Cuando yo ingresé en el Partido
Socialista venía de Alemania, donde, mediante el estudio de los libros y de la
realidad, pude desprenderme de muchos prejuicios de los que con frecuencia se
tienen aquí por muy radicales, sin serlo, y que constituyen los mayores
obstáculos para percibir la verdad; entonces liquidé ante las masas que estaban
en relación conmigo mi pasado de republicano burgués, e ingresé en el Partido.
Por aquella época, entre algunos militantes eruditos, intelectuales
universitario, estaba de moda la revisión del marxismo, que hubo iniciado un
hombre de gran valer, Eduardo Bernstein, uno de los discípulos que bebieron en
las propias fuentes la explicación de la doctrina. Aquellos intelectuales
españoles a que me refiero, como ese revisionismo de Bernstein se llamaba
también reformismo, aprovechaban la tendencia revisionista y reformista
existente entonces en Alemania y en la Inglaterra para aproximarse al partido reformista
español, ese producto híbrido de monarquismo y republicanismo, cuya pobreza
ideológica y cuya infecundidad todos
conocéis. Aquellos revisionistas españoles eran, pues, jóvenes imbuidos de
prejuicios burgueses, pero en posesión de una gran inquietud que los llevaba
nada menos que a pensar que el Socialismo de MARX había perecido y que había
que reemplazarlo por una cosa, no diré que más perfecta, pero desde luego que
para ellos aparecía más práctica: y tengo que recordar que aquellos compañeros,
como yo, procedía de la
Universidad y la mayor parte de ellos eran universitarios
(había algunos obreros), me rodearon a mi ingreso en el Partido, y escuché de
ellos tantas frases halagadoras que quizá me hubiese llevado a un fracaso desde
los primeros momentos, si no estuviese acostumbrado ya entonces a escuchar sin
conmoverme los cantos de las sirenas. Por fortuna, yo no me embarqué con ellos,
y pasados unos años, cuando vino la guerra, aquellos mismos reformistas fueron
los que a los primeros bolcheviques que vinieron aquí les dijeron que nosotros
éramos unos reformistas y unos conservadores, que los únicos revolucionarios
eran ellos y que a ellos debían confiar los mandos y los medios de la
revolución española. Así son, no en los espíritus grandes, pero en los
espíritus mezquinos, muchas de las dificultades con que han querido barrerlo,
muchos de los intentos de revisar la doctrina.
EL
INTENTO REVISIONISTA DE BERNSTEIN
Pero como Bernstein era un gran
espíritu que con altura, sinceridad y nobleza defendió sus doctrinas, vamos a
analizar brevemente en qué consiste su intento que hizo de revisar el marxismo.
El marxismo, aplicando la teoría de la dialéctica al desarrollo de la economía
capitalista, había establecido como una ley que el capital se concentraría cada
vez en un número menor de manos; que la masa de proletarios sería cada vez más
numerosa y que, por consiguiente, el abismo que separaba a la clase poseedora
de la explotada sería cada vez más grande, y la lucha se haría más viva.
Los pequeños proletarios,
expropiados por los grandes, irían aumentando progresivamente el ejército
proletario y, por consiguiente, las fuerzas revolucionarias, hasta que este
ejército adquiriera una superioridad evidente y pudiera apoderarse del Poder
político y realizar la revolución. Bernstein decía: “Han pasado muchos años, y
realmente no se verifica ese proceso de condensación, de concentración de la
propiedad en pocas manos, sino que, por el contrario, vemos que en muchos
países y en muchas ramas del trabajo tiende a aumentar, en vez de disminuir la
pequeña propiedad.” Que se desarrolle la propiedad en el sentido que establece
MARX, que cada vez se concentre en menos manos, que cada vez aumente el
ejército proletario, no quiere decir que en determinadas épocas, en determinados
momentos, en determinados países, en determinadas regiones, no se produzca un
proceso de división de la propiedad, y aún cuando se inicie la transformación
de la sociedad en un sentido socialista, es indudable que, aparte de las
grandes industrias, subsistirán restos de la industria primitiva e incluso
artesas de tipo antiguo, y en ciertas condiciones se formarán algunos núcleos
nuevos de pequeños propietarios. Unos pocos casos concretos os lo demostrarán.
Veis lo que pasa en la actualidad cuando se produce un invento; por ejemplo,
cuando se perfeccionan las ruedas o las gomas de las ruedas de los automóviles,
o se inventa un accesorio de los vehículos accionados por motores de explosión.
Con frecuencia ese invento da lugar a la creación de una serie de pequeñas
industrias que tratan de explotarlo, de pequeños comercios que tratan de
venderlo, sin que por ello haya que dejarse de considerar como verdadera la ley
de concentración capital. Estas son excepciones que confirman la regla.
LA
ACUMULACIÓN DE RIQUEZA EN LA TIERRA
Otro ejemplo: la propiedad agraria,
que se consideraba exceptuada de la ley de la acumulación de la riqueza de
MARX. Está visto que hoy tiende en el mundo a concentrarse cada vez más en
pocas empresas. Sobre todo, desde que los grandes cultivadores americanos han
aplicado la maquinaria y la racionalización al cultivo de grandes extensiones
de tierra con pocos brazos, se ha planteado un problema aún en ese dominio, que
se consideraba exento, se ha cumplido también la ley establecida por MARX.
¿Quiere decir eso que en un país o en regiones determinadas, donde, por
ejemplo, se realicen obras hidráulicas y se conviertan tierras de secano en
tierras de regadío, los latifundios existentes no se tengan que dividir? Si se
trata de un país en que abunde más la mano de obra que el capital, la división
se impondrá y surgirán nuevos pequeños propietarios; pero no por eso deja de
seguir su curso el proceso general económico y de irse cumpliendo las leyes que
MARX estableció.
La ley de la concentración de la
propiedad y del capital, como os he dicho, traía consigo, como consecuencia, la
acentuación cada vez más enérgica de la lucha de clases, y, por consiguiente,
justificaba la afirmación de MARX de que ese proceso de desarrollo económico
había de traducirse, en el orden político y social, en un proceso
revolucionario. Bernstein argüía: “No, puesto que la ley de la concentración no
se produce; puesto que la oposición de las clases no se acentúa, no hay motivo
para pensar en catástrofes revolucionarias; debemos pensar más bien que, por
una serie de pequeñas y sabias reformas, si irán haciendo las transformaciones
necesarias de la propiedad”. Así nació el reformismo.
Ya veis, por las indicaciones que
antes os he hecho, que a pesar de los argumentos y de los hechos que se han
aducido para combatir la teoría de MARX, el tiempo se ha encargado de demostrar
que esa teoría no tenía verdadero fundamento en la realidad. Desde luego, el
hecho de que a las leyes establecidas por MARX se les puedan señalar excepciones
no prueba absolutamente nada. Probaría si las afirmaciones de MARX fuesen de un
carácter absoluto, si MARX hubiera pretendido alguna vez fórmulas
“indiscutibles” y definitivas; pero si lo hubiese hecho, no hubiese sido un
científico; hubiera sido un teólogo, un metafísico; mientras lo que pretendía
MARX, lo que quería MARX mediante la aplicación de sus doctrinas era
desarraigar de las almas los prejuicios teológicos y metafísicos.
EL
MARXISMO NO ES UN SISTEMA DOGMÁTICO
Generalmente, cuando se combate al
marxismo se le combate como si fuese un sistema perfecto de verdades eternas,
una especie de religión, un sistema dogmático o una concepción moral. Se dice
muchas veces: el Socialismo es la religión nueva. ¡La religión nueva! ¡Qué va a
ser!, si el espíritu del Socialismo, lejos de ser un sistema de verdades
dogmáticas, no es ni siquiera un sistema; el Socialismo es un método, es un
modo de acción, es un camino para investigar la verdad en los problemas
históricos y sociales y un camino a seguir sólida y reciamente para operar una
verdadera transformación social; pero como método, el Socialismo está compuesto
de leyes, está compuesto de la enumeración de los hechos, está compuesto de
teorías. Las teorías del marxismo, como todas las teorías científicas, no
necesitan ser absolutamente verdades, ni pueden desecharse porque se aduzca una
instancia contraria. A las leyes y a las teorías científicas les basta con ser
relativamente verdaderas. Y precisamente, cuando al aplicarlas se ven los
defectos de detalle que puedan tener, entonces es el momento preciso para
corregirlas y laborar por su cada vez mayor perfeccionamiento. ¡Errores! ¡Qué
errores más pueriles se han señalado alguna vez a MARX! Voy a citar uno. En el
mismo Manifiesto comunista, escrito
por MARX y ENGELS en la víspera de la revolución del 48, decían estos grandes
definidores del Socialismo: “Se aproxima una revolución; una revolución liberal
burguesa, que no es la nuestra, pero es el prólogo de la revolución
proletaria.” Y ocurrió, compañeros, que se realizó la revolución del 48, y
después no vino la revolución proletaria, sino que vino una espantosa reacción.
Como ocurrió cuando, años después, triunfó en Paris la “Commune”: lo que vino
después fue una reacción sangrienta.
Y bien, se dice: qué error más
grande ha cometido MARX; ha predicho la revolución proletaria; la revolución
proletaria no se ha producido, y, en cambio, se ha producido la reacción. Pero
eso lo dicen solamente los que no saben lo que son anhelos revolucionarios. El
que lo sabe, el que ha estudiado la historia de las revoluciones, está
plenamente convencido de que todos los revolucionarios han cometido esos
errores por sus nobles impaciencias, por sus deseos de llegar al fin.
Es natural que nosotros pensemos
cada vez que se presenta una coyuntura que vamos a dar un paso de gigante.
Quizá sea un paso pequeño; pero no estéril, y con el de otros, es seguro que
servirá para edificar la gran obra; y quiere decirse que los que verifican la
revolución son hombres modestos; pero la obra, suya y de todos, es grande. Y
MARX se equivocó en eso; pero para mí, y creo que para muchos de vosotros, vale
más que se haya equivocado que hay dejado de sentir el entusiasmo que ha sido
el acicate interno de todas sus investigaciones.
EL
SOCIALISMO ES INTELIGENCIA Y NO MISTICISMO
Porque, volviendo a un tema que
antes apunté, y no sé porqué he abandonado, es indudable que el resorte interno
que mueve las vidas consagradas a la revolución, y especialmente a la
revolución social, es un resorte que podemos llamar, si queréis, estético, o,
si queréis, moral. Hay en el origen de todas las actitudes de rebeldía, cuanto
más meditadas y profundas, mejor, un sentimiento de repugnancia hacia las
injusticias y desigualdades, y una aspiración a que éstas sean suprimidas y
reparadas; pero mientras el Socialismo no es más que eso, es estéril y muchas
veces absolutamente contraproducente. Por eso yo, cuando aparece en nuestras
filas, o fuera de ellas, un hombre que habla de Socialismo con un énfasis
místico, como si a cada una de sus palabras le precediese el brillo de las
zarzas que ardían en el Sinaí, e invoca en cada momento los estados íntimos de
la conciencia moral y los refinamientos de la sensibilidad, yo desconfío;
desconfío porque para ser socialista eso no vale, eso queda oculto como un
sentimiento interno e inicial de las actuaciones. Por entusiasmo místico y
sentimental se puede llegar a una posición de superioridad protectora,
adoptando la actitud de derramar los beneficios de la sabiduría y de la bondad
sobre las masas, cuando éstas son los que tienen que emanciparse por sí mismas,
según las palabras de MARX. O se puede, en un impulso de sentimentalidad,
adoptar actitudes que tienen una apariencia radical; pero que en el fondo no
valen absolutamente para nada. Y tenemos que convencernos, compañeros, que
aunque el marxismo, el Socialismo científico, el Socialismo que verdaderamente
está cada vez más en el fondo del espíritu de la masa proletaria, aunque ese
Socialismo tenga un origen en sentimientos de justicia, en deseos de mejorar,
en afectos, en estímulos morales, si queréis, el Socialismo es ante todo
inteligencia, es comprensión; porque, contra lo que se ha dicho tantas veces
para motejar el Socialismo por la teoría del materialismo de la Historia, hay
que afirmar que la economía misma es un producto de la inteligencia aplicada a
la Naturaleza, que el intento de utilizar el estudio del desarrollo de los
fenómenos económicos para obtener una explicación objetiva de los hechos
políticos y sociales es una de las aportaciones más nobles y más grandes que se
han hecho en el mundo al progreso de la inteligencia y del espíritu.
EXAMEN
DE LA CONCIENCIA DE HENRI DE MAN
Y esto me lleva, compañeros, a
tratar de otros conatos de reforma del Socialismo. Hace pocos días ha estado
entre nosotros un militante socialista belga de gran importancia, hombre de
gran erudición, hombre de grandes dotes docentes, que estuvo muchos años
encargados de la enseñanza en la Central de Educación Obrera belga, que
actualmente es profesor en una gran Universidad alemana, Henri de Man. Y Henri
de Man es célebre en el mundo y conocido en España principalmente por un libre
que se titula Más allá del marxismo.
El libro está bien hecho, está bien compuesto. Tiene datos originales, tiene
razonamientos finos y bien derivados. Ahora bien, ¿qué es lo que se defiende en
ese libro? En ese libro se dice: “El marxismo ha hecho quiebra. El marxismo es
una doctrina vieja. Hay que superarla. Hay que sustituirla. Sus principios, sus
leyes económicas, su teoría de la lucha de clases, no valen. ¿Por qué?” Los
hechos que aduce Henri de Man en ese libro son más livianos que los que aduce
Bernstein. Henri de Man dice: “Llevamos ya muchos años de lucha sindical y
lucha política y ¿qué vemos? ¿Qué se ha iniciado una labor de revolución? No.
Lo que vemos es que el proletariado se aburguesa.” Llega a puerilidades como
esta: la de decir que el proletariado se aburguesa porque entre la manera de
vestir un proletario y un burgués había antes una gran diferencia, y ahora hay poca.
Efectivamente, antes los obreros iban en harapos y con los pies descalzos. Y
siempre, indefectiblemente, con la camisa sucia. Y hoy, algunas veces por lo
menos, llevan la camisa limpia. Y un traje decente. Y botas. Y eso dice que es
falta de espíritu revolucionario Henri de Man. Pero además, esa nota delata un
espíritu demasiado superficial al percibir y sacar las consecuencias de los
hechos. Hay muchos observadores e historiadores que coleccionan documentos para
describir un periodo de historia. Y resulta que a veces estos hechos no tienen
absolutamente ninguna significación, porque al observador le han pasado
inadvertidos otros hechos que tienen un carácter más revelador de las
costumbres y de los gustos de la época.
MODAS
ESTÉTICAS E INTELECTUALES
En la actualidad se está produciendo
en el modo de vestir una transformación grande, con un sentido estético nuevo,
entre otras cosas por el valor que toman los trajes de los distintos oficios.
¿No vemos que hay hoy una estética en el vestuario de trabajo del albañil, del
pintor, del metalúrgico, que antes no existía? Pues hasta tal punto esa nueva
estética se impone que se ha dado el caso inverso del que refería Henri de Man:
el de la tendencia de la clase burguesa a la imitación de los trajes del proletariado.
Henri de Man quiere socavar el marxismo en su fundamento y naturaleza. Y
combate no propiamente la lucha de clases, sino el móvil del espíritu
revolucionario de la masa obrera. Según él no se trata de un móvil de la masa
obrera, sino de un móvil de los individuos. Y consiste en que cada individuo
obrero lleva oculto en sí mismo lo que hoy se llama un complejo de
inferioridad. Eso del complejo de inferioridad es una de esas expresiones que
se ponen de moda, como “envergadura” y otras semejantes, y que la gente las
repite sin dar siempre una prueba de gran gusto y muchas veces sin saber lo que
quieren decir. El complejo de inferioridad es una asociación de estados
psicológicos inconscientes que ejercen influencia sobre los actos
verdaderamente conscientes y son los que en realidad actúan en la vida humana.
Y esa teoría la han divulgado Freud principalmente, con el intento de aplicar,
de un modo bastante superficial y ligero, un procedimiento terapéutico para
tratar algunos casos de perturbaciones mentales y psicológicas.
Esa teoría tiene un fundamento. Pero
cuando coge una de estas teorías de origen científico un hombre de bombo y
platillo, se acaba la ciencia y no queda más que aparato y escenario de feria.
Y con ese bombo y ese platillo, las teorías de Freud han caminado por una y
otra feria de Europa abriéndose paso. Y las gentes semiilustradas, que tienen
hábitos de superstición, han querido hacer de la ciencia una superstición más y
hablan de los complejos psicológicos de inferioridad lo mismo que cultivan el
esperanto o el naturismo y la curación, por medio del agua, de todas las
enfermedades.
MAN
RENUNCIA A LA EXPLICACIÓN PSICOLÓGICA DE LA REVOLUCIÓN
Yo reconozco que Henri de Man es un
hombre que maneja la técnica docente, que tiene un gran hábito de exposición,
que conoce perfectamente métodos de investigación, que si en ese caso no se han
tenido una sorpresa gratísima, porque cuando he escuchado a Henri aplicado
bien, en otros pueden dar resultados magníficos. Y así, Henri de Man he visto
cómo hacía una descripción muy completa del estado económico-social de los
pueblos más adelantados de Europa y de América. He contemplado el espectáculo
que Henri de Man nos dio, que en un libro que anuncia para breve tiempo se
confirmará, de que ha dejado a un lado por completo la explicación psicológica
de la revolución proletaria y la teoría del complejo de inferioridad y ha
llegado a una concepción del progreso económico que se está desarrollando en
nuestros tiempos, verdaderamente revolucionarios, tan mecanizada, que MARX
mismo no creo que pudiera suscribirla.
LA
OBLIGACIÓN DE LOS MARXISTAS
Porque, como ya os he dicho, antes
MARX creía que las leyes económicas del desarrollo del capitalismo y del
proletariado se cumplirían; pero creía que se cumplirían con la intervención de
la inteligencia y de la voluntad humanas. No como leyes fatales. Y oyendo a
Henri de Man, he tenido la sensación de que ha llegado a una interpretación del
materialismo de la Historia muy parecida a las que los antimarxistas han atribuido
frecuentemente e injustamente a MARX. Quiero decir esto, compañeros, que la
labor de MARX, principalmente el Manifiesto
comunista y el Capital, no son
una especie de biblia donde nosotros, cada vez que tengamos que resolver un
problema que nos plantee la realidad, no tengamos más que hojear las páginas
hasta encontrar el versículo correspondiente y aplicarlo. No. De ninguna
manera. Es más, os voy a decir que la doctrina de MARX no ha sido siempre la
misma, y en eso está su principal virtud. La doctrina de MARX se ha ido
perfeccionando. En sus principios tenía muchos residuos, tenía muchos resabios
de concepciones infecundas. Por ejemplo: de Socialismo utópico a lo Owen o a lo
Saint Simon, o de economía concebida al modo liberal de Ricardo. O reminiscencia
de acción política jacobina, propia de los blanquistas del tiempo de MARX. Y
poco a poco, MARX fue perfeccionando su doctrina, mejorándola, discutiendo
consigo mismo y con los demás. Y así, nos legó el ejemplo de lo que el marxismo
debe ser. Los marxistas estamos obligados a hacer que la doctrina, fundándose
sólidamente en sus principios, vaya desenvolviéndose, transformándose,
mejorando, hasta hacerla cada vez mejor. Y hay que tener en cuenta que no
debemos pretender encontrar remedios infalibles para curar los males que se
produzcan en nuestra sociedad actual en los libros de MARX, tanto más cuando El Capital, que hace más de sesenta años
que fue escrito, no pudo tomar en cuenta fenómenos políticos, sociales y
económicos que se han producido después. En El
Capital se encontrará un tratado magnífico de economía aplicada, que ya es
bastante. Pero política social, tal y como se ha desarrollado posteriormente en
todas las naciones del mundo, y principalmente en Europa, de eso no contiene
nada El Capital. De política
financiera, que hoy tiene una importancia que puede decirse que es la clave sin
el concurso de la cual nunca se hará una revolución perfecta, de eso no
contiene nada El Capital. De política
bancaria –bancos existían en los tiempos de MARX, pero la importancia que han
tomado los Bancos después era para MARX desconocida y el fenómeno no lo podía
percibir, ni definir ni explicar– tampoco.
No existe en El Capital nada que se refiera a la política comercial. El comercio
existía; pero los grandes desarrollos del comercio actual eran entonces
absolutamente desconocidos y casi imposibles de prever tal y como existía el
comercio en aquella época. Igualmente ocurre en lo referente a política
colonial e imperialista.
Y así, en el mismo orden de cosas
que se refieren a problemas nuevos, a problemas que surgen con el desarrollo de
ese proceso económico que en líneas generales describe MARX. No podemos
encontrar en El Capital y en los
libros de MARX más que principios inspiradores para resolver estos fenómenos nuevos.
Los tratamientos, recetas, remedios fáciles para aplicarlos y curar los males
que se nos vayan presentando, por fortuna no los encontramos en sus libros.
LA
SITUACIÓN ACTUAL DE EUROPA
Y ahora que he empezado a hablar de
los fenómenos nuevos que se han producido después de la obra de MARX, vamos a
tratar brevemente, si vuestra fatiga y la mía me lo permite, de la situación
actual y de la vida social y política en Europa. Desde que murió MARX hasta que
estalló la guerra, a pesar de esas rectificaciones que se han querido hacer del
marxismo, inspirado por la idea de MARX el proletariado ha hecho progresos
considerables de organización sindical y política en todo el mundo,
principalmente en las naciones más desarrolladas económicamente, los Sindicatos
obreros han alcanzado un poder verdaderamente extraordinario. Los triunfos del
proletariado, traídos por las ideas de MARX, han sido innumerables. Y entonces,
al mismo tiempo que se decretaba el fin del marxismo y que se organizaban
ofensivas contra él, por otra parte, alternando o simultáneamente con éstas, se
producía un movimiento de aproximación de la burguesía al proletariado y al
Socialismo y de la organización obrera para que colaborasen en el Poder. Y está
plenamente justificada la existencia de éstos requerimientos, porque habréis
notado que el hombre del taller, que ya tiene en la práctica de su oficio una
educación de su atención, ha adquirido el hábito de formarse de las cosas
conceptos precisos, no vagos y si pertenece además a la organización obrera,
encuentra en ésta una escuela tan perfecta, que de ella salen magníficos
hombres de gobierno, superiores muchas veces a los hombres de la burguesía.
UNA
FORMACIÓN EFICAZ
Y los intelectuales que se adaptan a
esta organización maravillosa, también adquieren, si no el espíritu de detalle
de los obreros, sí una visión crítica y a larga distancia, que los coloca en
muchas ocasiones, en su manera de interpretar los hechos, muy por encima de los
políticos de la burguesía. Así, hemos visto que han ido apareciendo en el
Partido Socialista de los distintos países hombres con tal aptitud de
gobernantes que algunas veces ellos mismos han creído que debían obedecer o los
requerimientos de la burguesía y hasta abandonar el Partido y la organización
obrera para desempeñar funciones de Gobierno. Eso ha pasado, ya lo sabéis, en
casos un poco lejanos y en casos recientes: Millerand, Briand, MacDonald y Paul
Boncour. En estos últimos tiempos ya sabéis que, por ejemplo, Briand llegó a
ser, para la burguesía al menos, un político excepcional, que se consideraba
como clave, no ya de la política francesa, sino de la política mundial. Y veis
cómo en la actualidad Boncour es un hombre solicitado por su eficacia, por su
competencia, por su aptitud de gobernante en los distintos Ministerios que se
forman en Francia. Y veis que MacDonald ha creído honradamente que había
llegado un momento difícil para la vida de Inglaterra, de Europa y del mundo
entero, y que no había otro remedio que sacrificarlo todo a realizar una obra
de Gobierno difícil.
HE
AQUÍ LA TRAGEDIA
Es, por consiguiente, un fenómeno ya
conocido de antemano éste que los hombres formados en la escuela de los
Sindicatos y del Partido Socialista son hombres eficaces, que valen para poder
prestar servicios en funciones de Gobierno. Pero fue en el momento de la guerra
y los primeros años de la posguerra, cuando la desorientación de la burguesía,
la complejidad de los conflictos, la gravedad de las responsabilidades ante las
que se encontraban los gobernantes, hizo que en Europa surgiese una tendencia
que arrastraba a los Partidos Socialistas: “Hay que gobernar.” Y, en efecto, en
los países en los cuales el Partido Socialista, viviendo un régimen democrático
y representativo, tenía una mayoría o minoría grande en el Parlamento, no se
han podido negar nuestros camaradas a las funciones de Gobierno. Y en otras
partes, cuando la revolución ha estallado en un país sin preparación, en el que
las instituciones tradicionales se habían ido degradando y pudriendo, como en
Rusia, no había dispuestos para ocupar el Poder, que estaba verdaderamente en
la calle, más que los hombres del Partido Socialista y después los
bolcheviques. He aquí la tragedia: para los Partidos Socialistas en Rusia, como
en Inglaterra y Alemania (porque cuando pasen unos años veremos que, pese a las
diferencias que ahora notamos entre unos y otros países, en el fondo el
problema es el mismo, aunque tengan variantes, según las circunstancias), la
tragedia es que desertan los gobernantes burgueses, que se sienten débiles, que
sus instituciones no sirven para gobernar, y entregan la responsabilidad en
manos de los socialistas o los llaman a la participación del Poder. Pero los
socialistas, que no poseen propiamente los resortes del Gobierno, que no tienen
un ejército suyo, que no tienen una justicia propia ni una burocracia propia,
que no pueden tener en el país una organización industrial y económica creada
por ellos, tienen que gobernar, no en socialista, sino en burgués.
EL
PELIGRO DEL REFORMISMO
Se aduce que los socialistas desde
el Poder, en Alemania, en Inglaterra, y en Rusia los blocheviques, en España
misma, han hecho leyes favorables para la clase obrara, y es verdad. Es verdad;
pero es que el Socialismo y un gobierno de participación socialista o un
Gobierno socialista, estando en el oficio, en el cumplimiento de la función de
gobernar, pero no propiamente en el Poder, como estaba el primer Gabinete
Mac-Donald; un Gobierno en esas condiciones, que haya en Inglaterra los
subsidios al paro o las reformas de enseñanza, y en España la fecunda
legislación social que gracias al ministro de Trabajo socialista tenemos, puede
gobernar siendo fiel al Socialismo, pero moviéndose dentro de los límites de un
Socialismo puramente reformista; y si el Socialismo toma este aspecto única y
exclusivamente reformista, entonces ha triunfado la teoría de Bernstein en la
práctica del Partido, aunque no deba triunfar por su contradicción con los
hechos, y no beneficiará a las nuevas masas proletarias que se van formando día
por día, en virtud del cumplimiento en gran escala de las leyes establecidas
por MARX; esos proletarios nuevos arrancados al cultivo de la tierra que ya no
solicita sus brazos; arrancados a la fábrica que despide obreros. Esos
proletarios que antes eran estudiantes o abogados, de profesiones liberales,
hombres de la clase media, que se han visto de pronto reducidos a la condición
proletaria… Esos no se pueden conformar con un Socialismo reformista. Y el
conflicto que surge aquí si el Socialismo no se afianza en los principios de
MARX. Si toma prematuramente el camino de las responsabilidades del Gobierno o
si lo acepta por obligación, como queráis, el peligro se introduce cada vez más
por la vía del reformismo; y el reformismo le aparta indefectiblemente de las
masas cuya inteligencia no está todavía despierta, cuya conciencia obrera no
está esclarecida, pero que tiene una pasión revolucionaria que nosotros debemos
cuidar, atrayendo a esos hombres a nuestras filas como garantía de su triunfo y
del nuestro. Y ésta es la complicada y trágica situación del presente,
compañeros. Ni intento yo siquiera describir la situación económica y social
por la que atraviesan actualmente Europa y América. Es demasiado complicado
para mí. Pero, en fin, todos lo habéis visto. Alemania, bajo el peso del
Tratado de Versalles y en la necesidad de cumplir las obligaciones económicas
que imponía la derrota, se vio obligada a buscar dinero produciendo mucho y
produciendo barato para encontrar mercados en el mundo.
Y para eso pidió que se le abrieran
créditos en los Estados Unidos con objeto de perfeccionar sus fábricas,
ofreciendo como garantía su capacidad industrial en un grado de
perfeccionamiento técnico como no podíamos soñar. Y vino allí un periodo en el
que la movilización del dinero para utilizarlo en las nuevas industrias o en la
reforma de las viejas produjo ese fenómeno que se llama la inflación. Y ¿qué
pasó entonces? Que la vida era insegura, que todos los días se despeñaba el
marco, y un obrero o un empleado, cobrando un jornal por la mañana, lo veía
reducido por la noche a un valor ínfimo. Entonces, para salir de aquella
situación, Alemania hizo un corte de cuentas, perdiendo el marco su escaso
valor que aún conservaba; y la clase media, que tenía papel y cobraba la renta
o billetes de los bancos, se vio en la miseria, lo perdió todo… Quedó reducida
al nivel del proletariado. Es una revolución económica en toda regla lo que
hizo Alemania con aquel corte de cuentas. Pero entonces, cuando se creyó
salvada la dificultad, se produjo un proceso contrario al de la inflación: el
proceso de deflación, al crearse el reichmark con un valor fijo en oro. Y
entonces se produjeron consecuencias aún más dolorosas que las anteriores y
llegó un momento en el que los parados se contaban por millones.
EL
CASO DE INGLATERRA
Ved lo que ha pasado en Inglaterra.
Era un socialista ministro de Hacienda, Snowden. Y como los socialistas,
gobernando en los países de estructura burguesa, no poseen las palancas
verdaderamente del Gobierno, la Bolsa y la Banca ejercieron sobre él una enorme
sugestión. Hicieron creer a Snowden que la salvación de Inglaterra estaba en
una economía de sacrificios encaminada a restablecer el patrón oro, es decir, a
poner la libra a la par con el oro, en la proporción que había estado antes de
la guerra.
Snowden sabía que aquello iba a
producir grandes trastornos, grandes perturbaciones en la vida económica y
política de Inglaterra; pero creía que era una operación quirúrgica que había
que realizar. Desde que se niveló la libra, si bien los que poseían valores
industriales o rentas del Estado vieron aumentada su riqueza, en cambio se
produjo una contracción industrial. Se empezaron a cerrar fábricas, industrias
textiles, del carbón, metalúrgicas, de la construcción de barcos, etc.
E Inglaterra, el país poderoso, el
que blasonaba de tener los obreros mejor tratados de todo el mundo, vio
abandonadas a las masas, sin tener un pedazo de pan que llevarse a la boca. Y
quedaba un país de oro, esplendoroso de prosperidad: los Estados Unidos. Allí se
llevó a la práctica el plan capitalista de la producción en gran escala y la
racionalización industrial. Se trataba de producir mucho a bajo precio
economizando la mano de obra. Y a base de este desarrollo espléndido, aquella
industria se encontró con que, por la crisis de Alemania, de Inglaterra, de
Rusia, y por la misma situación de América, no tenía mercados para absorber su
fabricación. Y por esta circunstancia se encontró también con millones y
millones de obreros parados. ¿Se puede soñar una situación más revolucionaria
que ésta? Nunca se pudo pensar que desarrollo de este proceso del capitalismo
llegase a una situación más trágica y revolucionaria que la que actualmente
presenta el mundo. Naturalmente, hacen falta hombres que hagan frente a estas necesidades.
Todo son conflictos. ¿Cómo lograremos salir de esta situación? He aquí un caso
en el que hay que considerar la necesidad y la eficacia de actuar según los
principios marxistas. Con la teoría del complejo psicológico de inferioridad;
con recetas teológicas; con evocaciones de sentimientos místicos, trasunto de
tiempos remotos, que ni siquiera sirven ya para dar valor y prestancia a las
personalidades individuales, que convierten las vibraciones íntimas de la
conciencia en pregón de vanas superioridades; con apelaciones desesperadas a
los viejos resortes jacobinos que la transformación de los tiempos han hecho
ineficaces, por ninguno de esos caminos se llegará a la meta anhelada.
POR
EL CAMINO DE LAS RELIGIONES NO LLEGAREMOS A ENTENDERNOS
No. La Humanidad se ha pasado muchos
siglos intentando unirse, intentando entenderse, intentando no destrozarse,
intentando poner fin a las luchas bárbaras, más propias de las especies
animales que del hombre. Y para eso ha invocado una tradición religiosa, un sentimiento,
una idea de justicia. Y el intento ha fracasado y ha acabado en guerras más
crueles por ser guerras que tienen como fundamento, no la disputa por un pedazo
de pan, sino la pugna por la victoria de principios de verdad y justifica
absolutos, que han hecho creer a los fanáticos de cada credo que el adversario
es un ser indigno que hay que aniquilar por completo para que queden
triunfantes el bien y la verdad sobre la Tierra.
Por el camino de las religiones ni
marcharemos de acuerdo ni llegaremos nunca a entendernos. Hay otro, sin
embargo, en el que podemos entendernos. El terreno de los intereses, no
ocultándolos como cosa menguada y mezquina. Los hombres somos carne y sangre, y
porque somos carne y sangre somos alma, que si no, no lo seríamos. Y tenemos
que comer, y derecho a la vida, y derecho a la alegría, y a la ilustración, y
al goce del arte. Todos queremos conquistar este derecho. Con razón lo
queremos. La ciencia, con sus maravillas, ha llegado a crear un estado de
perfección industrial en virtud del cual la Tierra puede haber frutos para
todos, que ahora no la hay para casi ninguno. Pero mientras subsista la actual
organización social y a lucha bárbara por los intereses individuales sin tener
en cuenta los colectivos, todas estas posibilidades de producción serán
estériles porque todos sabéis que cuando se produce en abundancia y los precios
bajan, el capitalista prefiere arrojar al mar los productos del trabajo o
quemarlos a entregarlos al consumo de las muchedumbres necesitadas de ellos. ¿Es
esto posible? Si nos encontrásemos ante la imposibilidad de producir riqueza
suficiente para la satisfacción de las necesidades humanas, tendríamos que
resignarnos a la miseria, a la ignorancia y a la esclavitud. Pero si hay
posibilidad de producir para todos, la solución es cuestión de buena voluntad,
primero, pero, finalmente, de inteligencia, como decía MARX.
HACE
FALTA LLEGAR A UN ACUERDO ECONÓMICO
Hace falta llegar a un acuerdo
económico en las relaciones de las naciones y a un acuerdo económico que
constituya por sí solo una revolución. Para resolver las dificultades del
presente se dibujan dos tendencias: una, que reconoce que el capitalismo ha
sufrido un rudo golpe, que agoniza; pero que intenta restaurar su
funcionamiento, curar sus males, devolverle la vida. Cada vez que se ensayan
procedimientos de esta naturaleza, vuelven a fracasar de tal modo, que ya no
queda más que la solución opuesta, que consiste en renunciar a que la base de
la producción sea el interés y el provecho individual, y producir no ya en
masa, como quieren algunos capitalistas, sino para la masa, para las
necesidades colectivas. Porque la producción no es un negocio, sino un servicio
de la sociedad. Y si hace falta movilizar grandes reservas de riqueza, no
importa.
Keynes, economista burgués, ha
dicho: “No ahorréis. El ahorro es una mezquindad.” Y aunque la frase tiene un
atuendo excesivo, hay que reconocer que, en gran parte, tiene razón. En la
época de prosperidad de las industrias de los Estados Unidos, los obreros
ahorraban, adquirían a plazos una casa, adquirían a plazos un automóvil y
todavía les sobraba dinero y adquirían acciones de industrias. Y todos los
admiradores del régimen capitalista de los Estados Unidos proclamaban la
solución del problema social por sencillo procedimiento de la conversión del
proletariado en rentista. Pues ya sabéis lo que ha pasado: se han hundido los
Bancos y han arrastrado en su ruina los ahorros de los servidores, demasiados
confiados, del capital. ¿Por qué? Porque hace falta una política para el manejo
de la riqueza que no tenga en cuenta que el accionista cobre un dividendo mayor
o menor, sino que cuide de que la distribución de la riqueza se haga según las
necesidades colectivas. En épocas pasajeras de prosperidad se pueden crear bajo
el régimen capitalista nuevas industrias, y emitir nuevas acciones, y venderlas
a altos precios, y se puede desarrollar el agio, como en los Estados Unidos,
convertidos durante algún tiempo en una especie de gran ruleta internacional
hasta que un día se empieza a ver que no marcha las industrias, que se cierran
las fábricas, que desciende el valor de las acciones y que cunde la alarma y se
extiende el pánico, tomando proporciones aterradoras. Y entonces, los Bancos
tienen que cerrar sus puertas y dejar en la miseria a los que habían depositado
en ellos sus fondos.
Ya veis que no es ese el camino. Hay
otro. El aburguesarse por sentirse con un complejo de inferioridad no va a
ninguna parte. De tal manera, que hoy estamos en unas circunstancias en que las
soluciones del marxismo se impone hasta a los espíritus más reacciones a su
aceptación.
PROYECCIÓN
DE LA DOCTRINA EN LA SITUACIÓN NACIONAL
Y ahora, perdonadme, que he abusado
mucho de vosotros, vamos a hacer una aplicación de lo expuesto a nuestra
situación nacional. En España triunfó la República. Merced a eso, los
socialistas tomaron parte en el Poder. Yo, no os lo tengo que decir, todos los
sabéis, no estaba conforme, la masa lo estaba, y yo me quedé en un
espléndido aislamiento, con la honrosa
compañía de algunos camaradas que sustentaban puntos de vista análogos o
idénticos al mío. Un período de impopularidad, que siempre es una gran
experiencia, que tiene sinsabores, pero también otros rasgos compensadores.
Conozco, por fortuna, las dos cosas: la impopularidad y la popularidad. Bien,
los socialistas formaron para del Poder. Se hicieron elecciones, y el Partido
Socialista Español, que, cuando más, había logrado tener seis diputados en las
Cortes de la monarquía, eligió más de cien en las Cortes constituyentes de la
República: la fracción más numerosa de la Cámara. Nos encontrábamos ya de
repente en unas condiciones semejantes a las que se encontraban los hombres de
los Partidos Socialistas de otros países. Esto creaba compromisos que no se
podían desconocer. Compromisos políticos, de gobierno. ¿Es que yo voy a
rectificar por eso mi posición de antes? ¡Ah, no, no! Yo me habré equivocado o
no. Pero estoy satisfecho de haber pensado como pensé y de haber procedido como
procedí.
NUESTROS
COMPAÑEROS EN EL PODER HAN REALIZADO UNA LABOR MAGNÍFICA
No dejo, sin embargo, de comprender
que a la situación creada hay que hacerle frente, si bien por aquellos que
alentaron el movimiento. Y aplicando lo dicho anteriormente, sacamos una
primera conclusión, y es que nuestros compañeros en el Poder han realizado una
labor magnífica. Las comparaciones son odiosas, pero digamos que no inferior a
la de ningún otro representante de partidos republicanos no socialistas. En mi
fuero interno, yo os diría que, por lo menos en algunos casos, bastante mejor.
Es una manifestación más en España de lo que vale la educación sindical y la
educación socialista. Y, sobre todo, que los hombres que se han adiestrado en
la vida sindical y socialista son, de entre los que ocupan el Poder, los más certeros
y eficaces. Pero esa eficacia, si bien debe satisfacer a los que han alentado a
los socialistas a que ocuparan el Poder, naturalmente, que no puede considerar
que no va acompañada de riesgos. Sean cuales quieran, tengo que decir una cosa,
porque ya sabéis que en España se ha empezado a poner de moda el ataque a los
socialistas, y todos los males que ocurran en el mundo y en España se deben,
según el criterio de nuestros debeladores, a que los socialistas están en el
Poder, y, por consiguiente, si dejan el Poder está todo arreglado.
SALDRÁN
CON LA FRENTE ALTA
Pues bien: soy testigo de mayor
excepción y tengo que declarar que gran parte de las gentes que de una manera
clara o encubierta combaten a los hoy ministros socialistas no tienen derecho
para hacerlo, porque durante toda la Dictadura yo he sido objeto, no por mí,
por los demás, de requerimientos para que los socialistas se decidieran a
ocupar el Poder. Y por toda clase de elementos civiles, de extrema izquierda,
de partidos del centro y hasta de extrema derecha, que decían: “Sin ustedes no
puede haber nada.” Y hasta de militares. Un día, en el perchero de mi casa,
había gorras de todas las armas del ejército, que iban más o menos con una
pretensión semejante. Y los que has puesto el problema en esas condiciones,
apremiando día por día, haciendo responsables a los socialistas si no se
decidían a la empresa, de que frustrasen las posibilidades, son los que menos
derecho tienen ahora a combatir a los socialistas; los que tienen que tratarlos
con respeto. No dudo que llegará un día en que los socialistas hayan de dejar
el Gobierno, pero tienen que salir con la frente alta.
¿DE
QUÉ SERVIRÍA EL SACRIFICIO QUE HEMOS HECHO?
Y no basta que ellos puedan
llevarla. Es preciso, porque es una obligación, que todos los reconozcan y los
respeten. Pero, liquidemos nuestros problemas: yo no he de decir cuando los
socialistas han de salir del Poder. Lo ha de decir la organización. Ahora bien:
el día que aquello ocurra, ¿cómo lo haremos? ¿Marchándonos a la calle con una
bandera de rebeldía y de protesta, mezclándonos en las luchas de los partidos
republicanos y contribuyendo a que se destrocen unos a otros, como en la
primera República? No, no. Entonces, ¿de qué serviría el sacrificio que hemos
hecho? SI tal ocurriera contribuiríamos a que se produjese un caos político,
una degradación que para nosotros sería vergonzosa. Yo digo esto porque a veces
he sorprendido exclamaciones y movimientos que me producían una cierta alarma.
Por ejemplo, se dice: “Retiraremos del Poder a nuestros compañeros, pero nos
prepararemos para coger el Poder completamente y hacer una política
socialista.” Esperad; y sé yo que por aquí voy al aplauso. Pero no me vais a
aplaudir por eso. Fijaos que yo tengo bastante experiencia. Me acuerdo que un
día que yo dije –era en tiempo de la Dictadura– juzgando la situación política
de aquel momento, que la monarquía estaba muerta y que todo era cosa de que una
mano vigorosa cogiera al monarca y lo condujera a la frontera. Pues bien; en
días más próximos, porque yo no era partidario de la participación ministerial,
un compañero me dijo: “Pero si lo he aprendido de usted, cuando decía que no
hacía falta más que coger al monarca y ponerlo en la frontera.” Yo pensaba, al
decir aquello, que alguien, que no era el proletariado, era sí el indicado para
cumplir aquella función liquidadora, aunque no podía pensar tampoco que fuese
la guardia civil.
TENEMOS
UNA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA
Pero con aquellas palabras no quería
decir nada que ni de lejos se refiriese a la participación ministerial. Y
recuerdo que otro día dije: “Somos demócratas. Queremos luchar en la zona de la
democracia burguesa. Queremos un régimen republicano burgués, con preferencia a
un régimen monárquico, porque es el medio en que creemos que nosotros podemos
obtener mejores condiciones para realizar nuestra labor. Ahora, si las
instituciones tradicionales se empeñan en perseverar y van destruyendo cada vez
más la vida de la nación, haciendo que lleguemos a una situación como la de
Rusia, no serán los comunistas los que ocupen el Poder: vamos a ser nosotros.”
Y estoy viendo que un día, por un quítame allá esas pajas, vamos a salir
diciendo: “Vamos a ocupar el Poder con todas las consecuencias, aunque sea con
dictadura.” Y se va a añadir: “El compañero BESTEIRO lo dijo en una ocasión.”
Yo dije eso como una posibilidad remota, y realmente, si la descomposición
monárquica hubiera persistido, en esas condiciones hubiésemos tenido que tomar el Poder. Pero ahora estamos
lejos de esas circunstancias, y más lejos una vez que, por nuestra propia
acción, tenemos una República democrática, siempre estimable, aunque tenga
defectos, que yo soy el primero en reconocerlos. Todos sabéis que a mí la
Constitución no me parece la más perfecta que existe, como han dicho algunos.
Al contrario, por iniciativa mía, y después de muchas discusiones, la
Agrupación Socialista Madrileña, en plena Dictadura, estableció unas bases de
la Constitución de la futura República. En aquellas bases había varias cosas,
alguna que no hay en la Constitución, y en ésta hay cosas también que no había
en nuestras bases. Había la doble Cámara. El Senado no hace falta. Pero la
doble Cámara sí, para que se desarrollen precisamente las iniciativas
socialistas; porque se plantean problemas industriales y económicos que en una
Cámara como el Congreso, en que se vive en régimen de partidos, no encuentran
el ambiente más apropiado.
LAS
ORGANIZACIONES TÉCNICAS
Hace falta una Cámara para que las
organizaciones técnicas que se vayan creando no sean centros de burocracia,
porque yo no creo nunca que el burócrata y que el técnico deban ser lo que los
bolcheviques quieren que sean: un esclavo. El burócrata esclavo, como la mujer
esclava, se venga y corta las melenas de Sansón. Y es capaz de dominar al
hombre más forzudo y más enérgico, sea ministro, sea marido. No; el técnico es
un hombre, y, además, a medida que nos acercamos a nuestro ideal de vida
social, todos tendremos que ser algo técnicos, porque el que no tenga la
técnica de aserrar madera o la de construir casas, o la de hacer versos o de
hacer prosa, alguna técnica en suma, no es un trabajador y no puede tomarse en
cuenta en una República de trabajadores. De modo que yo no estoy conforme con
esa parte de la Constitución. Y hay otra parte, me cuesta un poco trabajo
decirlo; es el Tribunal de Garantías Constitucionales. Cada vez que durante la
Dictadura asomaba la idea en un periódico, salía yo al paso, porque me parecía
peligroso establecer esa especie de nueva dictadura de la toga sobre todos los
otros organismos del Estado. La Constitución ha limado esos peligros, pero
todavía subsisten, y yo quiero que la Constitución se aproxime en lo posible a
nuestros ideales, puesto que es factible. Costará trabajo, ya que hay que
contar con el asenso de muchas gentes. Pero los defectos de la Constitución se
pueden reformar, y, por lo tanto, ni a nosotros ni a nadie le es lícito una
apelación a la fuerza para imponer sus deseos, ya que hay procedimientos
jurídicos legales, establecidos por la República y por nuestro esfuerzo, por
los cuales se pueden abrir camino todos los ideales. Hay una ideología que dice
que tiene tanto derecho como otra cualquiera a ser propagada. ¡Ah, sí! Pero si
esa ideología lo que quiere es producir una embriaguez patriotera, de las que
tanto hemos sufrido en España, resucitar sentimientos ancestrales para acabar
con la democracia establecer por la fuerza un régimen que, por lo visto, en
ninguna parte puede abrirse camino sin la apelación a la violencia, eso no se
puede tolerar.
ES
PRECISO QUE NO RENEGUEMOS DE LA DEMOCRACIA
Pero, compañero, para que nosotros
tengamos autoridad para decir eso no se puede tolerar, es preciso que no
reneguemos de la democracia que hemos establecido. Hay en el movimiento obrero
de todos los países, ya lo sabéis, dos tendencias: una, que se cree la heredera
legítima del verdadero MARX y que está expuesta en el libro titulado Estado y revolución, que LENIN publicó
el año 17. Un libro interesante, que fue escrito en el periodo de transición
entre las dos revoluciones rusas últimas: la revolución burguesa y la
revolución proletaria. Para Lenin, era preciso apoderarse del Poder y
establecer una verdadera dictadura en el sentido estricto de la palabra, para,
mediante esa dictadura, acabar con el capitalismo. Y se nos presenta el momento
difícil cuando Lenin establece esos principios. El creía interpretar fielmente
a MARX; pero el hecho es que los pasajes más oscuros de MARX son los que se
refieren, no ya a la lucha política, que está bien puesta en claro en el curso
de la Historia, pero sí lo que en sus obras expresa constantemente como estas
frases: “Poder político y dominio político.” Espíritus como el de Rosa de
Luxemburgo han pensado que la interpretación de Lenin es infantil y que en
realidad no recoge el espíritu de MARX, sino que lo deforma y empequeñece. La
posición de Rosa de Luxemburgo y de otros compañeros socialistas contemporáneos
ha sido esta: el Poder político a que alude MARX, muy principalmente, consiste
en dominar todos los resortes del Poder de la sociedad burguesa por una acción
de penetración decidida y enérgica y continua del proletariado. Y, cuando se
tengan ya bien dominados, entonces cambiar de arriba abajo toda la estructura
de la vida social.
Es decir, que para nosotros será un
compromiso circunstancia; pero no es obra esencia ni conveniente gobernar en un
régimen burgués, mientras no estemos en verdaderas condiciones de hacer honor a
nuestro espíritu. Y es posible que en una recta interpretación de la acción de
la democracia social, que busca el dominio político, haya que aceptar
principalmente las ideas de Rosa de Luxemburgo.
Y la tarea es enorme, porque no
consiste en mandar unos cuantos representantes a esas organizaciones, sobre
todo económicas, y a las organizaciones de trabajo que puedan existir en la
sociedad burguesa. Hay que mandarlos con espíritu formado y mantener el control
sobre ellos, de tal manera que la acción de los compañeros no sea la acción de
su conducta individual, sino la de las masas, que es la verdaderamente fecunda.
LOS
RESABIOS JACOBINOS Y LOS RELIGIOSOS
Compañeros: yo quisiera que cada
vez, lo mismo que MARX, que fue despojando su vida de resabios jacobinos y de
resabios religiosos y utopistas, fuésemos más profundamente revolucionarios en
el sentido sereno, sabio y fuerte que predicaba MARX, y que a las luchas
políticas de la burguesía les concediéramos el valor que tienen realmente, y no
es poco para nosotros, para que no perdamos la acción clarividente de nuestro
ideal, porque a ninguno se nos oculta que en la acción de los militantes del mundo socialista se presentan momentos
difíciles y de peligro. Y los peligros mayores que corremos no son los que se
deben a la virtualidad de nuestros enemigos, sino a los errores que nosotros podemos
cometer. Y como está demostrado que las masas pagan muy caros los errores que
puedan cometer, arrastradas por sus líderes, o que los líderes pueden cometer
empujados por las propias masas; como estamos presenciando los largos
sufrimientos del proletariado italiano bajo la férula de un hombre que aprendió
a ser eficaz en filas socialistas, para aplicar después sus aptitudes al
servicio de una reacción burguesa verdaderamente detestable. Como estamos
viendo en otras naciones, la suerte que corre un proletariado, que ha sido
ejemplo y modelo, y que lo seguirá siendo, pese a quien pese, es preciso que
nosotros, en este momento sepamos actuar con toda la energía, pero a la vez con
toda la prudencia de los hombres verdaderamente enérgicos. Si hay que
rectificar algo, porque no está bien, se rectifica, y no ha pasado nada. Pero
en lo sucesivo no osciléis de un extremo a otro, como esos temperamentos
inquietos y veleidosos que ora son socialistas ortodoxos, ora reformistas, ora
bolcheviques, según el cuadrante del viento que sopla. Ni tan gubernamentales
ni tan antigubernamentales. Ni de un extremo ni de otro. Porque eso no son
radicalismos, sino bandazos que dan las gentes que no tienen el espíritu
formado y no saben colocarse en la posición verdaderamente eficaz y
revolucionaria.